jueves, 31 de mayo de 2007

Estados monárquicos

Elementos constitutivos de los Estados monárquico-territoriales

Ya a partir del siglo XV, los Estados monárquicos consolidaron su poder. Las mayores unidades políticas de la Europa occidental de esta época eran Francia, el Sacro Imperio Romano-Germánico, Inglaterra, España y Portugal. Para dominar regiones cada vez más extensas, los reyes concentraron las tareas administrativas en su persona, donde fueron secundados por un grupo de consejeros letrados. La autoridad monárquica se vería reflejada en los Consejos del soberano, como por ejemplo, el de Hacienda, el de Guerra o el de Tesoreros que vigilaba las finanzas y la recaudación de impuestos.
Los Consejos eran instituciones dependientes en todo y para todo de los monarcas, aunque adquirieron una cierta autonomía como órganos deliberativos. De hecho, la mayor parte de las decisiones reales estaban inspiradas en las propuestas de estos Consejos. Así fue surgiendo una burocracia estatal, cada vez más compleja, indispensable en la administración de los nuevos Estados.
El rey presidiendo una sesión de las cortes.
Otro elemento clave dentro del Estado monárquico fue el ejército permanente, pagado y profesional. Anteriormente, los contingentes armados solo participaban en las luchas señoriales en su calidad de vasallos, mientras las ciudades solían contratar mercenarios para defender sus intereses. Finalizadas las campañas, estos contingentes se dispersaban. El Estado monárquico, en cambio, consideró necesario mantener una fuerza militar permanente, para emplearla en defensa y nuevas conquistas territoriales.
La vida de campamento y la guerra de asedio característica de la época.
Debidamente estructurados y armados, los Estados monárquico-territoriales quedaron en condiciones de aventurarse en empresas para acrecentar las arcas reales y llegar a ser más y más poderosos en el marco europeo. Las guerras entre ellos fueron un reflejo más de aquello.

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