jueves, 31 de mayo de 2007

El Tratado de Tordesillas

Las Bulas de Donación del papa Alejandro VI no solucionaron la controversia que se había iniciado entre españoles y portugueses tras el primer viaje de Cristóbal Colón. Por el contrario, los problemas prosiguieron a raíz de dos factores: por una parte, la línea demarcatoria propuesta por el papa en la segunda Bula Inter coetera -100 leguas al oeste de las islas Azores y Cabo Verde- resultaba no ser una línea recta y era difícil de concebirla en la práctica; por otra, Portugal no aceptó esta división argumentando que era imposible respetar las 100 leguas al oeste de estas islas, ya que la navegación portuguesa requería abrirse más hacia el oeste para aprovechar los vientos atlánticos y poder así dar la vuelta al continente africano.
La presión del rey portugués Juan II tuvo sus frutos, de manera que los Reyes Católicos aceptaron buscar un nuevo acuerdo. Se convocó a representantes de ambas coronas a la localidad castellana de Tordesillas para el mes de junio de 1494. Ahí se llevaron a cabo las negociaciones, donde los lusitanos impusieron hábilmente sus criterios a los representantes de los Reyes Católicos. El 7 de junio se signó el tratado de Tordesillas, cuyas cláusulas más significativas eran:
Casa de Tordesillas (a la izquierda de la torre) en la que se firmó el tratado de 1493.
- Se fijó el meridiano de partición del Océano Atlántico a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, sin hacer referencia a las Azores. De esta forma, España tendría el dominio del hemisferio occidental y Portugal del oriental. Se había concretado así un verdadero reparto del mundo entre estas dos coronas.
Juan II de Portugal continuó con especial empeño el patrocinio de las expediciones de descubrimiento por las costas africanas.
- Ambas partes se comprometieron a realizar exploraciones y ocupaciones sólo en el hemisferio que le correspondía de acuerdo al tratado, aunque se autorizó a los barcos castellanos a atravesar la zona portuguesa en los viajes de regreso a España provenientes del Nuevo Mundo.
Página final del Tratado de Tordillas donde se aprecian las firmas de los Reyes Católicos.
Para concluir este reparto del mundo que se estaba recién conociendo, en 1529 las coronas de España y Portugal volvieron a negociar en Zaragoza, para resolver el dominio de la otra mitad del planeta. Ello, porque el viaje de Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano había permitido a los españoles acceder a las Indias Orientales por el oeste, que en ese momento estaban adjudicadas a los portugueses. El tratado de Zaragoza del 22 de abril de 1529 delimitó exactamente la zona de influencia portuguesa en Asia y terminó con las desavenencias que se habían producido con su vecino.

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Las Bulas de Donación del papa Alejandro VI

Alejandro VI, Papa en 1492, favoreció la exclusividad de Portugal y España para sus rutas hacia África y América.
La llegada de Cristóbal Colón a América causó más que una molestia en Portugal, pues según su rey Juan II se había pasado a llevar el tratado de Alcacovas-Toledo. Los españoles, por su parte, argumentaban no haber violado dicho tratado, pues Colón no había invadido el espacio marítimo situado al sur de las Canarias al navegar hacia el oeste. Se sucedieron entonces las reuniones diplomáticas, pero sin resultados. En 1493, los Reyes Católicos acudieron al papa Alejandro VI, para que mediara y pusiera fin a la controversia que se había generado.
La misma técnica que se desarrolló para elaborar los portulanos se empleó para registrar los descubrimientos Atlánticos de la costa africana.
A partir de mayo del mismo año, el papa dictó cinco bulas conocidas como las Bulas de Donación a los Reyes de Castilla. Tal como señalan Charles Verlinden y Florentino Pérez-Embid, "en ellas Alejandro VI hizo a Fernando e Isabel, reyes de Castilla, la donación de las tierras que acababan de ser descubiertas, la concesión allí de privilegios como los ostentados por los reyes portugueses en su zona africana, y sobre todo mandaba que la partición de zonas se hiciera por medio de una raya vertical a cien leguas de las Azores y Cabo Verde". Al mismo tiempo, estas bulas de Alejandro VI constituyeron el último gran acto de soberanía universal del pontificado romano.
Carta marina trazada en 1522 que representa las costas de Asia y Filipinas.
A grandes rasgos, las bulas estipulaban lo siguiente: 1) Bula Inter coetera (3 de mayo de 1493): donó a los Reyes Católicos las tierras situadas al occidente que no pertenecieran a otros príncipes cristianos. 2) Bula Eximiae devotionis (3 de mayo de 1493): ratificó y clarificó las concesiones hechas a los Reyes de Castilla por la bula anterior. 3) Segunda Bula Inter coetera (4 de mayo de 1493): fijó una línea demarcatoria entre los territorios pertenecientes a España y Portugal, situada a cien leguas al oeste de las islas Azores y Cabo Verde. Dado que la latitud de ambos archipiélagos es diferente, la línea no era derecha y no se podía utilizar un meridiano para precisar la demarcación. Ello daría origen al Tratado de Tordesillas de 1494. 4) Bula Piis fidelium (25 de junio de 1493): concedió a fray Bernardo Boil amplias facultades espirituales, a quien los reyes luego enviaron a encabezar la evangelización en el Nuevo Mundo. 5) Bula Dudum siquidem (26 de septiembre de 1493): precisó el dominio castellano sobre las tierras que se descubriesen más allá de las encontradas por Colón.
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El reparto del mundo

El tratado de Alcacovas-Toledo

La ciudad de Toledo, donde se ratificó el famoso tratado.
Portugal, en su calidad de principal Estado monárquico empeñado en el reconocimiento de las islas atlánticas y las costas africanas, durante la década de 1470 se vio enfrentado a una serie de problemas con España. Una vez concluida una guerra favorable a los españoles, representantes de ambos Estados firmaron un acuerdo de paz en la localidad portuguesa de Alcacovas (4 de septiembre de 1479). Luego este tratado sería ratificado en Toledo en marzo de 1480.
El tratado de Alcacovas-Toledo se centraba en dos aspectos: 1) cláusulas relativas a acuerdos matrimoniales y de sucesión y 2) un acuerdo de paz perpetua entre Portugal y España. En cuanto a lo segundo, el convenio incluía algunas regulaciones en torno a la navegación por el Atlántico, de manera que no hubiese discrepancias futuras en el dominio de las rutas atlánticas. Concretamente, se adjudicó a los reyes de Portugal todas las tierras descubiertas y cuantas se hallasen en adelante "de las islas de Canaria para abajo contra Guinea", con la única excepción de las propias islas Canarias que quedaban para Castilla. De esa manera, los monarcas españoles reconocieron la supremacía portuguesa en África y se comprometieron a no enviar expediciones hacia aquellas zonas sin el consentimiento de los reyes de Portugal.
El viaje por tierras africanas se hacía en caravanas.
En función de la expansión europea, lo realmente importante de este tratado radica en el hecho que por primera vez las dos coronas que encabezarían este proceso tuvieron que negociar el reparto de los espacios marítimos atlánticos que se estaban abriendo. Asimismo, se sentó un precedente para futuras negociaciones entre España y Portugal, cuyo punto más alto fue el acuerdo logrado en Tordesillas en 1494.

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La política exterior de los Reyes Católicos

A diferencia del vecino reino de Portugal, España careció durante la época de los Reyes Católicos de una política de expansión ultramarina atlántica, a pesar de su ventajosa ubicación geográfica. Ello se debió fundamentalmente al hecho que Fernando de Aragón representaba a un reino que a partir del siglo XIII miraba hacia el mediterráneo occidental y, en especial, hacia el reino de Nápoles, además de las islas Baleares y Cerdeña. El motivo de esta atracción era la riqueza del mundo italiano, su banca y ciudades y el dominio de las rutas comerciales del trigo y las especias.

La expansión del reino de Aragón y Cataluña por el Mediterráneo alcanzó su punto máximo cuando, en 1504, se incorporó Nápoles al territorio aragonés. A raíz de esto, puertos como Barcelona y Valencia se transformaron en prósperos centros de intercambio y grandes constructores de barcos. Esta vocación mediterránea implicó, asimismo, que los fondos de la corona se destinaran a empresas militares que se llevaban a cabo en torno a dicho mar para dominar el territorio italiano y mantener a raya el poderío turco que crecía en África del Norte. Por lo tanto, en la época de los Reyes Católicos no había dinero para costear expediciones exploratorias en el Atlántico. Salvo el control de las islas Canarias, España no se interesó en incursionar por el vasto Océano y dejó el camino abierto a los portugueses.
Orden de batalla en las luchas del siglo XV.
Una vez finalizada la guerra que enfrentó a Castilla con Portugal (1479), la política de los Reyes Católicos tendió a la mantención de buenas relaciones con su vecino. Hubo una serie de uniones matrimoniales y tratados para preservar la paz. Dada la rivalidad entre España y Francia por la posesión de territorios del Rosellón, Italia y Navarra no era conveniente enemistarse con Portugal, pues habría significado tensión en prácticamente todas las fronteras españolas.
Bajo el manto de la Virgen, los navegantes de la época, realizaron las exploraciones.
Un tercer aspecto de la política exterior de los Reyes Católicos tuvo que ver con la expansión americana. Sin embargo, en un principio esta no constituyó una prioridad para los monarcas, preocupados antes que nada de mantener relaciones amistosas con Portugal, reino que hasta entonces encabezaba el proceso de expansión europea. De hecho, entre las cláusulas que contemplaba el tratado de Alcacovas-Toledo, firmado en 1479 entre ambas coronas, figuraba la prohibición de realizar exploraciones al sur de las Islas Canarias por parte de España.
Detalle del mural pintado en el convento de la Rábida que muestra a Colón recién llegado a Portugal.
Ahora bien, los descubrimientos portugueses en África y Asia realizados a partir de la segunda mitad del siglo XV, constituyeron una escuela de aprendizaje en las artes de la navegación para muchos capitanes y hombres de mar. Entre quienes navegaron bajo los auspicios de la Casa de Avis destacaron Cristóbal Colón, Américo Vespucio y Hernando de Magallanes, todos los cuales con el tiempo llegarían a prestar sus servicios a la corona española. ¿Pero qué motivó a los Reyes Católicos a contratar a estos marinos en medio de conflictos bélicos contra los moros y en Italia? La respuesta nos revela la importancia que en determinado momento puede alcanzar un personaje en la historia, pues de no ser por el tesón y la perseverancia de don Cristóbal Colón, difícilmente los españoles se habrían incorporado de la manera que lo hicieron al proceso expansivo y accedido al continente americano.
Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos relata su hazaña.
En efecto, tras varios años de tramitación y dos informes de consejeros de los monarcas que rechazaron el proyecto colombino de llegar a la India por el occidente, los Reyes Católicos resolvieron respaldar al navegante genovés. En abril de 1492 firmaron un contrato con Cristóbal Colón, denominado Capitulaciones de Santa Fe, mediante el cual se le otorgaron una serie de concesiones y títulos sobre los territorios que eventualmente se descubriesen. De esta manera, España se involucró en la aventura de la expansión ultramarina; aventura que se inició después del regreso de Colón de su célebre primer viaje y que permitiría emprender la exploración y explotación del "Nuevo Mundo", como fue bautizado el continente americano.

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La España de los reyes católicos

La formación de la España de los Reyes Católicos

A comienzos del siglo XIII, parte importante de los territorios que conformaban la futura España se hallaban en guerra contra los árabes, en lo que se ha denominado la reconquista. Los dos mayores reinos, Castilla-León y Aragón-Cataluña, encabezaban la ofensiva contra los musulmanes y, a lo largo de esta centuria, lograron reducirlos a una región situada alrededor de Granada. Aminorado el peligro árabe, los diferentes reinos ibéricos se debatieron en querellas limítrofes (especialmente entre Castilla y Aragón) y una serie de conflictos motivados por las sucesiones dinásticas.
Castillo de la Mota en Medina del Campo, ciudad donde murió Isabel la Católica en 1504.
En medio de una tensa rivalidad castellano-aragonesa, en 1469 se efectuó el matrimonio entre Fernando, heredero de la corona de Aragón, e Isabel, hermana del rey de Castilla Enrique IV. Esta unión no contó con el consentimiento del rey de Castilla, quien designó a su única hija Juana "la Beltraneja" como sucesora. Cuando falleció Enrique IV en 1474, la nobleza castellana apoyó, valiéndose de intrigas cortesanas, el nombramiento de Isabel como legítima heredera al trono. Se trataba de evitar que Juana llegara al poder, a raíz de su compromiso matrimonial con Alfonso V de Portugal. Los nobles no veían con buenos ojos dicho enlace y se declaró la guerra entre ambos reinos ibéricos. Triunfante Castilla, se firmó el tratado de Alcacovas-Toledo (1479) mediante el cual se puso fin al conflicto, se ratificó a Isabel como soberana de Castilla y se confinó a Juana en un convento en Coimbra. De esa manera, se consolidó la doble monarquía española y se inició el largo reinado de Isabel y Fernando, llamados los Reyes Católicos.
La ciudad de Granada, con su fortaleza de la Alhambra, era el más poderoso bastión moro en España.
El gran mérito de los Reyes Católicos consistió en la restauración de la legitimidad del poder real por sobre la nobleza, sentando las bases del poderoso Estado monárquico-territorial en que se convertiría España. Un primer paso era lograr la unidad territorial, en función de lo cual se reiniciaron las hostilidades contra los musulmanes asentados en la región de Granada. En enero del año 1492, se rindió el último reducto de los moros en la península ibérica, al caer la ciudad de Granada en manos de los españoles. Luego, con la colaboración directa del Papado y la temible Inquisición, los Reyes impusieron la unidad en torno a la fe católica, inaugurando un período de intolerancia religiosa cuya mejor expresión fue la expulsión de los judíos en el mismo año de 1492.
El rey y sus asesores.
En el frente interno, la principal tarea de los reyes fue la de acabar con los desórdenes. La creación de la Santa Hermandad -cuadrillas de vecinos encargadas de perseguir a los malhechores en el ámbito de su distrito-, resultó un medio eficaz para hacer sentir todo el peso de la justicia a quienes infringían las normas. Por otra parte, se reorganizaron los Concejos Municipales. En las ciudades y villas más importantes se nombraron corregidores, similares a los que se hicieran célebres en la América española colonial, y otros funcionarios como gobernadores y asistentes, quienes debían afianzar el orden público y terminar con la autonomía de los municipios. Para someter a las Cortes representativas de las ciudades que formaban parte de los reinos de Castilla y Aragón, los Reyes acudieron a tres mecanismos: 1) eliminación de sus adversarios políticos de las Cortes, 2) vigilancia permanente de las sesiones, y 3) disminución del número de reuniones. En tanto, las decisiones más relevantes fueron encomendadas a un reestructurado Consejo Real, donde participaban los reyes. Así, la nobleza feudal fue desplazada de la privilegiada posición que había ocupado antes en el seno del Estado.
Vista de Barcelona puerto de la expansión cataloaragonesa.
Finalmente, si bien el reinado de Fernando e Isabel terminó con la rivalidad entre Castilla y Aragón y trajo la paz a la península, no se unificó a España bajo una sola corona. Efectivamente, tal como señala el historiador español Joseph Pérez, "se ha dicho que los Reyes Católicos fundaron la unidad nacional en España. Es un error que conviene desterrar. Lo que se inicia en 1474, con la subida de Isabel al trono de Castilla, y en 1479, con el advenimiento de Fernando al trono de Aragón, es una mera unión personal. Las dos coronas siguen siendo independientes, a pesar de estar reunidas en la persona de sus respectivos soberanos. Las conquistas comunes pasan a integrar una u otra de las coronas; Granada, las Indias, Navarra, forman parte de la corona de Castilla; Nápoles, de la corona de Aragón. Buena prueba de aquella situación es lo que acontece después de la muerte de Isabel, en 1504. Don Fernando, entonces, no es más que rey de Aragón y solo circunstancias particulares... le permitieron seguir en la gobernación de Castilla como simple regente y no como rey. Hay que esperar el advenimiento de Carlos I, heredero de las coronas de Castilla y Aragón a la vez, para que los dos grupos de territorio queden bajo la autoridad de un soberano único, lo cual no implica ni mucho menos la unidad nacional".
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La ruta a la India y las codiciadas especias

Los astrónomos árabes hicieron importantes contribuciones a su ciencia, formaron tablas y desarrollaron instrumental de observación que fue de gran ayuda para la expansión portuguesa.
Bajo el reinado de Manuel I (1495 en adelante), Portugal alcanzó su máximo esplendor. Siguiendo la ruta abierta por Bartolomé Dias, Vasco da Gama arribó a la India en 1499, donde se encontró con la enconada resistencia de los comerciantes musulmanes establecidos en Calicut. Ello le impidió fundar una factoría para conseguir especias e incluso se vio obligado a negociar su salida para poder regresar con vida a Portugal. No obstante, este viaje de Vasco da Gama abrió la ruta a la India a los portugueses y allí radica su importancia histórica.

Con el objeto de imponer la presencia lusitana en la India e instalar un puesto comercial, en el año de 1500 fue enviada una expedición al mando de Pedro Álvares Cabral. Tras la accidental llegada a las costas del Brasil y la pérdida de cuatro barcos en alta mar, Álvares Cabral consiguió su propósito de arribar a Calicut. Enfrentado a la hostilidad de los musulmanes, tuvo que desviarse hasta Cochin, donde realizó buenos negocios y obtuvo permiso para erigir una factoría. La paz fue efímera y pronto los portugueses fueron masacrados en este lugar.
Vasco da Gama llegó rodeando África, hasta Calicut en 1498.
Para vengar la afrenta, en 1502 el rey dispuso el envío de una flota poderosa y bien armada, al mando del Almirante Vasco da Gama, compuesta por 14 barcos y equipada para hacer una demostración de fuerza. Mientras se dirigía a Calicut, Gama fundó varios enclaves en la actual Mozambique en la costa este de África. Enseguida avanzó hacia la India y bombardeó Calicut, obteniendo la primera victoria naval sobre la flota de los árabes de Malabar. Regresó a Lisboa en 1503 con un valioso cargamento de especias.
Alfonso de Albuquerque, navegante y conquistador portugués que fundó un vasto imperio en la India.
En 1505, el rey nombró a Francisco de Almeida en calidad de primer gobernador general de la futura India portuguesa. A partir de entonces, las fuerzas lusitanas propinaron varias derrotas a los árabes, destacando la completa destrucción de la flota musulmana frente a la isla de Diu. Bajo el liderazgo del sucesor de Almeida, Alfonso de Albuquerque, Portugal logró estructurar un poderoso imperio marítimo en el Océano Índico, aunque sin pretensiones de colonizar el interior. En efecto, entre 1507 y 1515, año de su muerte, Albuquerque conquistó la isla de Ormuz en el golfo Pérsico, el distrito indio de Goa, Malabar, Ceilán (hoy Sri Lanka), el archipiélago de la Sonda, la península de Malaca (actual Malasia) y las Molucas (Indonesia). Asimismo, durante este período los portugueses abrieron el comercio con China y establecieron relaciones con Etiopía.
Portugal mantendría incólume sus colonias ultramarinas en Asia hasta la aparición de potencias rivales como Holanda e Inglaterra en las postrimerías del siglo XVI. Sin embargo, recién en 1974 Portugal reconoció la soberanía de la India sobre todas sus antiguas posesiones.
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Etapas de la exploración portuguesa en África

El ciclo exploratorio patrocinado por la Casa de Avis tuvo sus primeros frutos a partir de la captura de la fortaleza de Ceuta, hasta entonces en poder de los árabes. El año de 1415 una expedición militar portuguesa atacó este reducto, ubicado en el extremo norte africano. Gracias a ello, Portugal logró crear una base militar en el estrecho de Gibraltar y proteger sus fronteras de las incursiones árabes y de los piratas; aseguró su tráfico marítimo y protegió a las galeras italianas en su ruta a Flandes; y, por último, consiguió un valioso punto de apoyo para el eventual dominio de las rutas comerciales que cruzaban el desierto del Sahara.
La primera etapa de la exploración africana, que se extendió entre la toma de Ceuta y el paso del Cabo Bojador en 1434, fue de avances muy lentos. La inexperiencia en un mar atrevido con vientos y corrientes marinas desconocidas y costas desérticas, conspiró en contra de una mayor rapidez. La gran lección de estos años fue el conocimiento de los vientos alisios, que obligaban a los capitanes a alejarse de la costa y a practicar la navegación de altura. Por otra parte, había que vencer miedos y viejas supersticiones medievales, que profetizaban que al cruzar el trópico de Cáncer las personas se tornaban negras.
Entre las dificultades que tuvieron que vencer los marinos estaban los miedos a las terribles historias que circulaban en la época.
Entre 1434 y 1475 los marinos portugueses recorrieron el golfo de Guinea y las islas de Cabo Verde. Se efectuaron diversos acercamientos y el reconocimiento de las costas, donde se penetró por los ríos Volta y Níger. Entre los audaces pilotos de esta etapa cabe destacar a Antonio da Noli y Diogo Gomes, quienes descubrieron algunas islas del archipiélago de Cabo Verde, y a Pero de Sintra, quien bordeó Sierra Leona, Costa de Marfil y Costa de Oro. Asimismo, se establecieron las primeras factorías comerciales para explotar la pimienta africana o malaqueta e intercambiar con los nativos oro, marfil y esclavos por objetos de escaso valor para los europeos. Este período culminó con la localización de la costa de Gabón y el paso del ecuador que se debió a Lopo Goncalves.
El castillo de San Jorge de Mina, tal como estaba en el tiempo de la dominación portuguesa.
Tras unos cuantos años de inactividad, debidos a la muerte del rey Juan I y a una guerra con España por la posesión de las islas Canarias y la sucesión al trono, en 1482 Portugal reanudó la exploración bajo el reinado de Juan II. Ese mismo año, en la costa de Sama, cerca del río Níger, se erigió la fortaleza de San Jorge da Mina para proteger el comercio de oro, controlar al poderoso Imperio del Congo y apoderarse de la trata de esclavos. A su vez, fruto de los reconocimientos realizados hasta entonces, se formó una idea más real de las dimensiones de África y se empezaron a enviar expediciones de cinco o seis carabelas, mejor pertrechadas para viajes tan largos. El objetivo era alcanzar el punto más meridional y poder dar la vuelta al continente para acceder a las codiciadas Indias Orientales y sus especias. Para lograrlo, al cruzar el ecuador los marinos debían realizar un giro hacia el oeste y así captar los vientos del hemisferio sur. En esta "volta", conocida como el gran ocho oceánico, algunas carabelas se alejaban demasiado, lo cual permitió a los súbditos de Portugal arribar a las costas de Brasil.

Guiados por hombres como Afonso de Paiva, Pero da Covilha, Diogo Cao y Bartolomé Dias, los portugueses consiguieron su objetivo y en 1487 llegaron al cabo de Buena Esperanza en el extremo sur africano. Ese año, Dias dio la vuelta al sur de África y comprobó que había que continuar hacia el norte para llegar a la India. Regresó con esa noticia para que nueve años después Vasco da Gama zarpara de Lisboa con la finalidad de llegar a la India por mar.

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El esfuerzo Portugués

El Estado y el impulso a la expansión
Don Juan II de Castilla y doña Isabel de Portugal, padres de Isabel la Católica.
Gran parte del territorio portugués permaneció durante siglos bajo dominio árabe. Pero, a diferencia de la vecina España, la reconquista del suelo de Portugal concluyó tempranamente en el siglo XIII (año 1238). Desde entonces se sucedieron múltiples guerras por el poder entre distintos candidatos al trono, incluyendo a pretendientes del reino de Castilla. A fines del siglo XIV, después de la batalla de Aljubarrota (1385) en que fueron derrotados los pretendientes de Castilla, se impuso al frente de los destinos de Portugal la dinastía de la Casa de Avis con Juan I como rey. Éste consolidó la unidad política, tras doblegar la resistencia de la nobleza señorial y cimentó las bases del Estado monárquico-territorial portugués.
Puerto de Lisboa, centro de la expansión portuguesa en el siglo XV.
Este pequeño Estado obtenía sus mayores ingresos por vía de la pesca y la producción de sal. Para incrementarlos, el rey Juan I concluyó que había que potenciar la vocación marítima portuguesa y aprovechar las ventajas de su ubicación geográfica. Pero, mientras el comercio con Oriente y África estuviera en manos de italianos y árabes, pocas eran las posibilidades de mejorar la situación del Estado de Portugal que codiciaba esclavos, oro y malaqueta o falsa pimienta. Para lograr aquello el rey tuvo que apoyarse en la naciente burguesía local y sus capitales, que permitirían organizar diversas expediciones náuticas hacia el escasamente explorado continente africano.

Más allá del móvil netamente económico, la corona portuguesa también contaba entre sus propósitos el de neutralizar a los beréberes de Marruecos, quienes por su cercanía constituían un peligro latente para la estabilidad de este Estado ibérico. Los estrategas de Portugal planteaban atacar a los árabes por las espaldas, lo cual implicaba circunvalar África. Así, también había fundamentos geopolíticos para emprender la exploración africana. Esta tarea se llevaría a cabo bajo la conducción de la monarquía portuguesa, encabezada por la Casa de Avis, lo cual otorgó a todo el proceso expansivo lusitano un marcado sello estatal.
La isla de las Flores en las Azores fue un punto de abastecimiento en la exploración atlántica.
Un primer paso fue la explotación de los deshabitados archipiélagos de Madera y Azores, localizados y explorados desde la primera mitad del siglo XIV. Lentamente Portugal fue poblando e integrando estas islas hasta convertirlas en proveedoras de productos agrícolas (trigo, vid y caña de azúcar) y bases seguras para las expediciones hacia el continente africano que se iniciaron en las primeras décadas del siglo XV.
Naves portuguesas establecen un comercio marítimo con el lejano Oriente.
Para estas últimas empresas, la corona contrató a pilotos como Gonzalo Velho y Alfonso Beldaya, adiestró capitanes, atrajo a geógrafos y sabios, costeó los barcos y víveres y fue acumulando una importante experiencia que resultaría decisiva en las décadas siguientes. En esto sobresalió especialmente el príncipe Enrique, hijo del rey Juan I, quien fue apodado El Navegante a raíz de su inquietud de favorecer de manera resuelta los viajes de exploración.
Los instrumentos de navegación

Para que la expansión ibérica se viera coronada por el éxito no bastaba con el mejoramiento de los barcos, sino que también era preciso integrar conocimientos acumulados a través de los siglos y saber utilizar nuevos instrumentos de navegación como la brújula, el sextante, la sonda y el astrolabio.
La brújula hizo posible la navegación de altura o gran navegación.
Especialmente útiles para la navegación del siglo XV resultaron la brújula y el astrolabio. Ambos instrumentos posibilitaron un nuevo tipo de travesía cual es la de "altura", es decir, navegar lejos de las costas sin otro punto de referencia que las estrellas. La brújula consistía en una aguja imantada que siempre señalaba el norte. El astrolabio, en tanto, permitía calcular la altura de las estrellas, cosa importante para poder determinar la latitud geográfica. Gracias a estos instrumentos, los marinos pudieron estimar mejor su posición en el mar, el rumbo a seguir y el tiempo que tomaría su periplo.
Marino de la época utilizando los instrumentos de navegación que hicieron posible las exploraciones náuticas.

Dentro de la sabiduría de la época, a la cartografía le cupo un lugar muy importante. Su columna vertebral era una obra del siglo II de nuestra era: el Almagesto del griego nacido en Egipto Claudio Ptolomeo. Se trataba de una descripción del mundo conocido, acompañada de diversos mapas donde se podían apreciar Europa, Asia, África y mares como el Mediterráneo y el Índico. Sin embargo, contenía una serie de imprecisiones, como por ejemplo, el tamaño de Asia, que aparecía más extensa de lo que era o el hecho que el Océano Índico figurara como un mar cerrado.
Paolo del Pozzo Toscanelli, famoso científico de su época que realizó cálculos de distancia entre Europa y las Indias.
Recién en el siglo XV, el Almagesto de Ptolomeo fue enriquecido con los aportes del Cardenal Pierre d’ Ailly y su obra de 1410 Imago Mundi. En ésta, se corrigieron algunos de los errores en que había incurrido Ptolomeo, lo cual convirtió a d’ Ailly en el principal geógrafo teórico de su tiempo. También hay que mencionar los trabajos de Alfayran, geógrafo musulmán, y de Martín Behaim, a quien se atribuye la elaboración del primer globo terráqueo en 1492. Finalmente, la escuela náutica italiana otorga mucha importancia al florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli, de gran prestigio científico. Toscanelli trazó un mapa, indicando una distancia de 5.000 millas náuticas (9.000 kilómetros) entre China y Europa en vez de las 11.500 que son en realidad. Este error animó a gente como Fernão Martins o Cristóbal Colón a emprender la travesía por el Océano Atlántico.

Las obras mencionadas contribuyeron a afianzar la convicción en la redondez de la tierra, abandonándose la creencia de que era un disco plano. Como es bien sabido, en la época de los grandes viajes ultramarinos ya no había dudas sobre la forma de nuestro planeta y sólo se discutía acerca de sus dimensiones.
Los portulanos, cartas náuticas de las costas mediterráneas, llegaron a ser tan exactos que no fueron superados hasta el siglo XVIII.
Por otra parte, hacia fines del siglo XIII, comenzaron a aparecer en la Europa cara las cartas náuticas o portulanos, que sorprendieron por la exactitud con que fueron trazados los contornos costeros. Los portulanos eran dibujados sobre la base de distancias calculadas tras una larga experiencia de navegación y cómputos direccionales realizados con brújulas. De Cataluña y Mallorca, de Génova y Venecia, salieron los más notables maestros de este tipo de mapas que tuvieron su máximo florecimiento desde principios del siglo XIV hasta mediados del siglo XVI.
Los adelantos técnicos

La expansión europea fue una expansión marítima y el medio técnico, el velero. Gracias a él la náutica del siglo XIV progresó, quedando de manifiesto que el mar era el medio más económico, rápido y seguro de comunicación y transporte. Valiéndose de los conocimientos provenientes de las escuelas náuticas del Mediterráneo y del Mar del Norte, durante este siglo Portugal fue capaz de crear nada menos que el velero de la expansión: la carabela o "joya ibérica".
La carabela, pequeño barco que se utilizó para llegar a tierras lejanas.
Pero vayamos a los inicios. La denominación de velero incluye diversos tipos de embarcación como carabelas, cocas, urcas, galeones y carracas. Al contrario de la tradición mediterránea, que en esta época seguía utilizando preferentemente barcos movidos con remos, las ciudades hanseáticas crearon un tipo de nave diferente que aprovechaba la fuerza de los vientos: la coca o Kogge. Ésta se caracterizaba por tener un casco muy alto y ancho y por su forma redondeada, debido a una relación entre largo (eslora) y ancho (manga) de 3 a 1 (a diferencia de los barcos a remo, que tenían una relación de 6 a 1). La menor relación entre eslora y manga permitió agrandar las bodegas y, por lo tanto, aumentar la capacidad de carga.
La coca hanseática que se utilizó para la navegación de cabotaje en el mar del norte.
Pero el mayor aporte de la coca hanseática a la navegación y a la expansión ibérica fue el empleo del timón de codaste, denominado así por el grueso madero que como continuación de la quilla cerraba el casco en la popa (parte trasera). El nuevo dispositivo permitió mejorar la dirección del barco y la mantención del rumbo, porque ejercía una fuerza muy potente en el agua, superior a la de los timones laterales o grandes remos utilizados con anterioridad. Además, la coca empleaba una gran vela cuadrada -heredada de los vikingos-, que era colocada en el palo mayor y permitía el movimiento del barco.
La carabela al no utilizar remos podía alcanzar mayor velocidad en grandes distancias siendo la nave útil para la expansión.
Pero la carabela portuguesa no sólo emplearía los aportes de la coca hanseática, sino también adoptó una serie de elementos propios de la navegación mediterránea. El casco de la galera serviría de modelo para la "joya ibérica"; igualmente el uso de varios mástiles lo que aumentaba la superficie del velamen y, por consiguiente, la velocidad; y por último, la vela triangular originaria del Océano Índico, difundida por los árabes en el Mediterráneo a partir del siglo IX. Esta mal llamada vela latina o triangular era fundamental para poder navegar con vientos laterales y se colocaba en el palo de mesana, ubicado en la popa de la carabela.
Embarcación ibérica del siglo XVI.
Integrando todos estos elementos, a lo largo del siglo XIV los portugueses diseñaron la carabela. Estaba dotada de un aparejo doble, velas cuadradas para aumentar la velocidad y una vela triangular para hacer posible la navegación con viento en contra. Su casco de forma afinada, sus bordes altos y la presencia del timón de codaste, permitieron a la carabela cabalgar sobre las olas y resistir exitosamente la deriva, venciendo los fuertes vientos alisios del Océano Atlántico. La capacidad normal de estas naves era de 50 a 60 toneladas. Su eslora era de 20 metros y su manga de 8. Para lograr una mayor estabilidad eran lastradas con piedras y arena, materiales depositados en la sentina que era la parte más profunda del casco de la nave.
Debido a sus características, la carabela requería de una tripulación pequeña que no superaba los treinta hombres. De esa forma, el costo operacional de un viaje en carabela era el más bajo de la época. Ello, sumado a sus ventajosas condiciones al momento de navegar, transformó a la carabela en el instrumento propicio para emprender ambiciosas exploraciones y alcanzar lugares cada vez más lejanos.
La Península Ibérica: punto de encuentro de las escuelas náuticas de la época

La ventajosa situación geográfica de Portugal y España facilitó la afluencia de los más diversos tipos de embarcaciones a sus puertos y puso al alcance de sus marinos los más novedosos instrumentos náuticos. En Sevilla, Lisboa o La Coruña se dieron cita milenarias tradiciones marítimas, que recogían la experiencia mediterránea de fenicios, griegos, romanos, árabes e italianos y los aportes de vikingos, bretones y flamencos del norte de Europa.
Embarcaciones de la escuela náutica del mediterraneo.
El mar Mediterráneo fue la cuna de una larga tradición marinera que se remonta a la época de los egipcios, los inventores de la galera. A través de los siglos distintas civilizaciones bañadas por las aguas del "primer mar de la historia" fueron desarrollando y perfeccionando las técnicas navales, dando origen a un método de navegación característico de esta región. Era principalmente una navegación costera de cabotaje, es decir, de puerto en puerto, con el objeto de intercambiar mercancías. Se empleaban embarcaciones muy pesadas, movidas por remos (motor muscular), con una capacidad de carga de entre 100 y 200 toneladas. Este tipo de navíos estaban diseñados para un mar interior con escasas corrientes y no podían ser utilizados en los meses de invierno, pues el peligro de naufragar era alto y tornaba inseguro cualquier negocio.
Los comerciantes y navegantes genoveses impulsaron los viajes de descubrimiento.
Por otra parte, el Mediterráneo sobresalió por la construcción de una serie de barcos para la guerra que se engloban bajo el nombre de galera. Desde los egipcios hasta las prósperas ciudades italianas, la galera fue evolucionando continuamente, tanto en tamaño y velocidad como en capacidad de carga. Este tipo de nave se hizo cada vez más ligera, para poder librar con éxito los combates navales, donde se trataba de atacar al enemigo mediante el abordaje de sus embarcaciones. La rapidez de la galera se incrementó gracias al fino diseño de su casco que permitía cortar mejor las aguas al navegar. Este casco o buco sería heredado por los barcos ibéricos que se emplearían en la expansión de los siglos XV y XVI.
Las galeras estuvieron en uso muchos siglos en el Mar Mediterráneo, debido a su maniobrabilidad y velocidad en trechos cortos.
La Península Ibérica, junto con esta herencia mediterránea, se nutrió también de la escuela náutica del Mar del Norte. Aunque de menor trayectoria en el tiempo, los pueblos de la Europa septentrional fueron extraordinariamente creativos en el desarrollo del arte de navegar. Los vikingos, entre los siglos IX y XI, fueron los amos y señores de los mares del Norte y Báltico. A bordo de sus drakkar, movidos por remos, recorrieron en audaces expediciones largas distancias, llegando incluso a Groenlandia y a las costas de Norteamérica. Entre los rasgos de las embarcaciones vikingas hay que destacar la sobriedad del aparejo y el empleo de la vela cuadrada, legada posteriormente al mundo ibérico.
Drakkar, famoso barco vikingo movido por remos.
Debido a la importancia que fueron adquiriendo España y, sobre todo, Portugal durante el siglo XV, muchos hombres de mar de todas las latitudes se dirigieron a las costas ibéricas para probar suerte en una zona muy activa, donde los aportes técnicos eran integrados en proyectos de gran envergadura.

Estados monárquicos

Elementos constitutivos de los Estados monárquico-territoriales

Ya a partir del siglo XV, los Estados monárquicos consolidaron su poder. Las mayores unidades políticas de la Europa occidental de esta época eran Francia, el Sacro Imperio Romano-Germánico, Inglaterra, España y Portugal. Para dominar regiones cada vez más extensas, los reyes concentraron las tareas administrativas en su persona, donde fueron secundados por un grupo de consejeros letrados. La autoridad monárquica se vería reflejada en los Consejos del soberano, como por ejemplo, el de Hacienda, el de Guerra o el de Tesoreros que vigilaba las finanzas y la recaudación de impuestos.
Los Consejos eran instituciones dependientes en todo y para todo de los monarcas, aunque adquirieron una cierta autonomía como órganos deliberativos. De hecho, la mayor parte de las decisiones reales estaban inspiradas en las propuestas de estos Consejos. Así fue surgiendo una burocracia estatal, cada vez más compleja, indispensable en la administración de los nuevos Estados.
El rey presidiendo una sesión de las cortes.
Otro elemento clave dentro del Estado monárquico fue el ejército permanente, pagado y profesional. Anteriormente, los contingentes armados solo participaban en las luchas señoriales en su calidad de vasallos, mientras las ciudades solían contratar mercenarios para defender sus intereses. Finalizadas las campañas, estos contingentes se dispersaban. El Estado monárquico, en cambio, consideró necesario mantener una fuerza militar permanente, para emplearla en defensa y nuevas conquistas territoriales.
La vida de campamento y la guerra de asedio característica de la época.
Debidamente estructurados y armados, los Estados monárquico-territoriales quedaron en condiciones de aventurarse en empresas para acrecentar las arcas reales y llegar a ser más y más poderosos en el marco europeo. Las guerras entre ellos fueron un reflejo más de aquello.

Estados monárquicos

Del poder feudal al poder de los reyes
La nobleza feudal ante las murallas de París en el siglo XIV.
Entre los siglos X y XIII, gran parte del territorio europeo permaneció fragmentado en poder de múltiples señores feudales, quienes rivalizaban con los antiguos monarcas. Si bien los reyes no desaparecieron, su influencia había disminuido en beneficio de la nobleza feudal (condes, duques, marqueses). Sin embargo, esta situación comenzaría a cambiar bruscamente a partir del siglo XIV.
El monarca y sus fuerzas asedian y toman una ciudad: "todos dependen del rey y el rey no depende de nadie".
Por una parte, el creciente poderío de las ciudades sustrajo a muchas personas de las áreas rurales, que se liberaron de los lazos de vasallaje y, por lo tanto, de la tutela de sus señores. Esto debilitó a la sociedad feudal y permitió el surgimiento de nuevos tipos sociales, como burgueses, artesanos y villanos. Por otra, esa gran empresa colectiva que fueron las Cruzadas, unió a la Cristiandad contra los "infieles" y motivó el traslado de numerosos contingentes armados, dirigidos por sus señores, hacia el Oriente. Los sangrientos combates contra los turcos selyúcidas significaron una merma poblacional aún mayor y en especial la desaparición de muchos nobles feudales.

En este contexto, las viejas casas monárquicas comenzaron a resurgir. Hacia el siglo XIV, los reinos de Inglaterra, Francia, Portugal, Castilla, Aragón, Hungría, Polonia, entre otros, habían recobrado tierras que habían quedado vacantes, robusteciendo de esa manera el poder de los reyes. También se despojó a nobles por la fuerza. Así, progresivamente el Estado monárquico se separó del mundo señorial y se impusieron las grandes unidades territoriales a los más pequeños feudos. Como señala Maurice Crouzet, el Estado monárquico "por el debilitamiento político y económico de los antiguos cuadros sociales, como en el apoyo de las burguesías y de las nuevas noblezas, encuentra los medios de reducir a la obediencia a los miembros del cuerpo social y de convertirlos en súbditos".
Las ciudades hanseáticas
La "Holstentor", puerta del siglo XV en Lübeck, Alemania. Esta ciudad alcanzó su apogeo en los siglos XIV y XV como centro principal de la Hansa.
La Hansa nació de la penetración germana en las orillas del Báltico y de la fundación de ciudades en las riberas de ríos como el Rin, el Mosa, el Weser, el Oder y el Vístula. Aprovechó el interior agrícola de Schleswig hasta Letonia, de donde obtenía los granos de cebada, centeno y trigo, vitales para los intercambios con los italianos.
Xilografía de algunas de las ciudades alemanas más importantes, impreso hacia fines del siglo XV.
En la segunda mitad del siglo XII, los mercaderes de estas ciudades alemanas se asociaron y establecieron, hacia el año 1160, una factoría de tránsito en Visby (isla de Gotland, perteneciente a Suecia). A través de ésta se comerció con Noruega y pronto la unión de los comerciantes se transformó en una liga de ciudades denominada Liga Hanseática o Hansa. A mediados del siglo XIII, el corazón de la Hansa eran las ciudades de Lübeck y Hamburgo, entre otras. Su influencia llegaría hasta la lejana Novgorod en Rusia y abarcaba a ciudades como Nuremberg, Brujas, Gante y Danzig.
Representación actual que rememora los tiempos del pasado.
Entre las actividades de la Hansa estaba el control de las pesquerías de arenques de Scania, a las cuales proveía de sal. Asimismo, monopolizó todo el tráfico marítimo de granos, miel y pieles del mar Báltico y fue intermediaria exclusiva de la Europa media con los comerciantes de la Europa mediterránea. Por otra parte, la Hansa divulgó hacia el sur los adelantos náuticos que se estaban produciendo desde el siglo XIII en el Mar del Norte, tales como el timón de codaste o la vela cuadrada. De esa manera, el proceso de expansión se benefició también de estos aportes.
Las ciudades italianas

El centro de gravedad de la Europa cara en el siglo XV fue el cuadrilátero constituido por Génova, Milán, Venecia y Florencia, sin desmerecer la influencia de otros centros como Barcelona, Valencia o Marsella.
Detalle de un fresco de Benozzo Gozzoli que representa a los Médicis con Segismundo Malatesta y Juan Galeazzo Sforza.

El predominio italiano no se debía exclusivamente al comercio, sino también a sus industrias artesanales como el teñido de lana de oveja y la fabricación de variados textiles. También había fundiciones y fábricas de armas. Estos productos eran vendidos en toda Europa, mediante su distribución a través de una serie de casas comerciales con representación italiana. Los Médicis de Florencia, por ejemplo, llegarían a poseer 17 casas comerciales en los principales centros de la Europa media.
La acumulación de riquezas posibilitó grandes construcciones en las ciudades italianas.
Asimismo, los italianos abrieron desde el siglo XIV una ruta marítima, uniendo el Mediterráneo con el Mar del Norte a través del océano Atlántico. Así se bajaron los costos de flete y se redujo el riesgo de pérdida de las mercancías a manos de bandoleros y salteadores de caminos. Las ganancias producto de esta actividad se incrementaron enormemente y permitieron a la burguesía italiana ejercer una cada vez mayor influencia en el gobierno de las ciudades. De hecho, son inseparables del poder político los nombres de los Médicis de Florencia, los Sforza y los Visconti de Milán y los dogos o dux de Venecia.
Finalmente, los centros urbanos italianos fueron la cuna del Humanismo y del Renacimiento cultural desde el siglo XIV. El poder económico de los gobernantes propició la construcción de grandes monumentos arquitectónicos y el apoyo a las artes y las letras. Arquitectos como Bramante y Brunelleschi, pintores de la talla de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel o escritores como Petrarca, Bocaccio y Dante tuvieron así la oportunidad de demostrar su talento y dejar una valiosa herencia a toda la humanidad.
El Juicio Final, frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina.

El poder de las ciudades

Las ciudades de los siglos XIV y XV
Típica ciudad medieval amurallada.
La ciudad no era una realidad nueva en la Europa de estos tiempos. Ya desde el siglo XI, habían florecido en distintas partes centros urbanos de importancia, pero recién en el transcurso del siglo XIII, algunos de éstos se consolidaron como polos de atracción y centros de acumulación de riqueza. Particularmente, las ciudades italianas y las pertenecientes a la Liga Hanseática sobresalieron por su pujanza y su poderío a nivel regional.
Ciudad medieval rodeada de campos que estaban bajo su protección.
Las ciudades, si bien crecieron a costa de las migraciones desde el mundo rural, no rivalizaron con las actividades del campo. Se produjo más bien una complementariedad, donde el núcleo urbano ofrecía sus encantos a los campesinos y aventureros y, a su vez, recibía los frutos de las actividades agrícolas que se desarrollaban a su alrededor. Su ubicación estratégica en los cruces de los grandes caminos, en las costas mediterráneas y a orillas de los ríos, le permitieron ejercer un control del espacio aledaño. Como señala el historiador Fernand Braudel en su clásica obra sobre el Mediterráneo, "las ciudades se nutren del movimiento... . Cualquiera que sea su forma y su emplazamiento, el basar, el mercado, la ciudad, es siempre el punto en que desemboca una multiplicidad de movimientos. ... Todas las imágenes evocadoras y explicativas de la vida económica son imágenes de movimientos, de rutas y de viajes".
Desembarco de mercancías en un puerto fluvial de la Europa del norte.
Los núcleos urbanos, gracias al control de vastas redes comerciales dentro y fuera de Europa, se pusieron a la cabeza de los progresos técnicos que se estaban generando en distintas partes del mundo mediterráneo y del lejano Oriente. Así por ejemplo, desde las regiones árabes se conoció la vela triangular, y desde la China de los mongoles la familia veneciana de los Polo trajo a Europa la brújula y los sabrosos tallarines.
Grabado alemán que ilustra la revolución comercial y monetaria. Obsérvese la tarea de embalaje de las mercancías, la labor del banquero que cuenta sus monedas y el concurso que escribientes y contables prestan a barcos y compañías comerciales.
Por otra parte, las ciudades, en especial las italianas, se alzaron como vanguardia del capitalismo comercial al emplear antes que nadie instrumentos financieros como la letra de cambio, la contabilidad moderna (cálculos anticipados de costos y beneficios) y el préstamo a interés. Se podría pensar, entonces, que las ciudades, al poseer grandes capitales, impulsarían un proceso de expansión. Pero no fue así, porque ellas ya tenían el monopolio del comercio con Oriente a través del control de las rutas mediterráneas. En cambio, fueron los Estados monárquico-territoriales, más ricos en hombres y en espacio, los más interesados en abrir rutas alternativas a las ya dominadas por las ciudades.
Los habitantes de la Europa cara

Durante el siglo XV, la población de la Europa cara que intervino en el proceso de expansión, se concentraba en ciudades muy populosas, como Venecia y Génova, y en los Estados de Portugal y España. La abrumadora mayoría de la gente vivía en zonas rurales, dedicada a la agricultura, y se agrupaba en aldeas que no superaban los mil habitantes. Pocos de éstos campesinos abandonaron sus poblados para integrarse a las tripulaciones de los barcos mercantes o de los viajes ultramarinos que se iniciaron en el siglo XV. Por el contrario, las travesías de los barcos italianos, portugueses y españoles apenas involucrarían a un puñado de 150.000 personas en esta misma época.
Venecia, el centro urbano más importante de la Europa cara.


Una imprenta que ilustra el trabajo de los tipógrafos, en cuyo oficio se combina el saber y el oficio manual.

¿Quiénes eran estos hombres? Básicamente nobles aventureros, burgueses, mercaderes y prestamistas, artesanos y villanos que vivían en ciudades costeras como Sevilla, Lisboa, Barcelona, Génova y Venecia en medio de la bullante actividad que suele caracterizar a los puertos. Este medio, donde circulaban constantemente rumores de lejanas tierras, mares ignotos, riquezas fabulosas y personajes misteriosos, fue el caldo de cultivo de una generación de hombres poseedores de una mentalidad viajera y emprendedora. Unos soñaban con dejar gloria y fama tras de sí; otros con acumular más y más riquezas; y los últimos con salir de la pobreza y lograr una mejor condición social.
Las carabelas que adquirieron su forma definitiva a lo largo del siglo XV, eran unos barcos robustos que hicieron posible en forma segura la navegación de altura.

En este ambiente se formaron y crecieron muchos de los hombres que desempeñarían un activo papel en la expansión europea. Entre los precursores, el príncipe de Portugal Enrique El Navegante operó desde Lisboa y el marino Albice de Cadamosto era de Venecia. De los más célebres protagonistas de los viajes ultramarinos, Cristóbal Colón provenía de Génova, Américo Vespucio de Florencia y los hermanos Pinzón del sur de España.
Un cartógrafo con el compás en la mano trabaja entre mapas, globos y otros instrumentos.

Los sueños y ambiciones de esta generación se materializarían, debido a las condiciones que en el siglo XV sólo la Europa cara podía ofrecer. El patrocinio de las cortes, el dinero de los prestamistas, la sabiduría de cartógrafos y navegantes y el arrojo de quienes tripulaban las naves, se combinaron para hacer realidad el hallazgo de nuevas rutas marinas que conducirían a territorios hasta entonces desconocidos para la vieja Europa.
Algo de demografía
"Las Edades y la Muerte" de Hans Baldung. El artista conduce al espectador a través de las edades de la vida.

La sociedad europea se vio muy afectada por la contracción del siglo XIV. En efecto, tras el fatídico siglo de las calamidades, la esperanza de vida al nacer, que era de alrededor de 30 años, descendió a los 17, de manera que a la edad de 45 años una persona era considerada anciana. De unos 80 millones de habitantes, la población se redujo a 50 millones, repartidos de la siguiente manera:

Cálculo de la población (en millones) en 1340 y 1450 Área 1340 1450
Grecia y Balcanes 6.0 4.5
Italia 10.0 7.5
Península Ibérica 9.0 7.0
Total Sur de Europa 25.0 19.0
Francia y Países Bajos 19.0 12.0
Islas Británicas 5.0 3.0
Alemania y Escandinavia 11.5 7.5
Total Europa occidental
y central 35.5 22.5
Países eslavos
Rusia 8.0 6.0
Polonia-Lituania 3.0 2.0
Hungría 2.0 1.5
Total Europa oriental 13.0 9.5
Total toda Europa 73.5 50.0

Fuente: Carlo M. Cipolla, (ed.), Historia económica de Europa. La Edad Media, Ed.Ariel, Barcelona, 1979, pág.38.


Pasaría todo el siglo XV sin registrarse una recuperación demográfica significativa, por lo cual los protagonistas de los primeros viajes exploratorios del océano Atlántico eran muy jóvenes, si los miramos desde nuestra perspectiva actual.

La sociedad

Una sociedad estamental y religiosa



La sociedad europea de los siglos XIV y XV era extremadamente rígida. Grosso modo se dividía en tres estamentos a los cuales se pertenecía por nacimiento, sin mayor posibilidad de cambiar dicha condición social.
Cuadro que ilustra el mejoramiento de las condiciones de vida de una familia burguesa.

El 95% de la población formaba parte del denominado estado llano o tercer estado, que englobaba a una serie de categorías sociales como burgueses, mercaderes, profesionales, artesanos, pobres de las ciudades y el campesinado. Se trataba de un estamento carente de derechos y sujeto al pago de tributos e impuestos. Constituían el sostén de la Europa de esta época, pues sobre sus hombros descansaba la prosperidad de reyes, señores, dignidades eclesiásticas y ciudades.
Concilio de Florencia donde se proclamó la primacía del pontífice romano sobre toda la cristiandad.

El alto clero (cardenales, obispos, abades, etc.) constituía el segundo estamento. Gozaba de privilegios como la exención de tributos y de un amplio poder en el terreno político. Tomando en cuenta el papel que ejercía la religión en el conjunto de la sociedad, era un estamento muy influyente, que se valía del bajo clero (párrocos, curas) para brindar apoyo espiritual al estado llano y así mantener la fidelidad del pueblo.
En la cúspide de la sociedad estaba la nobleza de sangre (condes, duques y marqueses), cuyo poder y prestigio se debía exclusivamente al hecho de haber nacido en cuna noble. A partir del siglo XV, comenzó a incorporarse a este estamento una nobleza de toga, es decir, individuos que prestaban servicios a los monarcas y recibían a cambio un título nobiliario.
La Europa cara


Los territorios bañados por las aguas del mar Mediterráneo occidental (Italia, sur de Francia y España) y Portugal integraban una unidad que sobresalió en el contexto europeo desde el siglo XI. Sus rasgos distintivos fueron el temprano desarrollo urbano, especialmente en la península itálica; la conformación de pujantes grupos burgueses, vinculados a las actividades comerciales y financieras; y la consolidación, ya en el siglo XIV, de Estados monárquicos centralizados en Portugal y España. Los contactos con otras culturas, como el mundo árabe o la lejana China, realizados a través de la vía marítima, posibilitaron el enriquecimiento de esta zona y proporcionaron a sus habitantes condiciones de vida muy superiores a las del resto de la población europea.

Venecia: ciudad italiana que fue un importante centro económico y cultural en la época.


La presencia de burgueses, mercaderes y prestamistas, sobre todo en Italia, favoreció la acumulación de riquezas, gracias a una ampliación de las redes comerciales y la implementación de novedosos procedimientos económicos. La letra de cambio, el préstamo a interés, la banca privada y las sociedades entre individuos tuvieron su origen en esta región de Europa, que fue capaz de atesorar grandes capitales.
Los Reyes Católicos reciben a los embajadores de varios soberanos musulmanes.

Por otra parte, durante el siglo XIV el poder de los reyes se robusteció en Portugal y España, al incorporar tierras y súbditos a los dominios reales. De esa manera, surgieron Estados poderosos en hombres y en espacio, que mantuvieron estrechas relaciones con los prósperos núcleos urbanos. Así, el poderío económico de reyes y burgueses permitiría, en definitiva, financiar la exploración marítima más allá del mar Mediterráneo, adelantándose a sus vecinos de la Europa media en más de un siglo.

La Europa media

La Europa media

Los dos tercios de Francia (centro y norte), Inglaterra, los Países Bajos (Holanda, Bélgica) y el oeste y sur de Alemania se situaban en una posición intermedia entre la Europa barata y la mediterránea. Era una región muy activa, con grandes comerciantes aunados en la Liga Hanseática, formada por importantes ciudades lacustres y costeras.
La actividad más lucrativa de esta Europa media era el comercio de productos como el pescado salado, pieles, trigo y sal con las zonas mediterráneas, que a cambio proporcionaban textiles y especias obtenidas del comercio con Oriente.

Suplicio de Juana de Arco en la pira (Guerra de los Cien Años).

Tanto su ubicación geográfica como las secuelas dejadas por la Guerra de los Cien Años, impidieron a esta región encabezar el proceso de expansión europea, a pesar de contar con la sabiduría y los medios técnicos apropiados para ello. Dicho privilegio quedaría reservado a los vecinos del sur, cuya estratégica posición en el mapa los situaba próximos a las principales rutas, lo cual favoreció el surgimiento del capitalismo comercial.

La Europa barata

La Europa barata

La mayor parte de la superficie europea, durante este período, se caracterizaba por su atraso material y la pobreza de sus habitantes. En la Europa del Este (Rusia, Polonia, países bálticos, etc.), el noreste de Alemania y en la meseta magiar (Hungría), los lazos de dependencia entre los señores y sus siervos se mantenían prácticamente invariables desde la Edad Media. Se trataba de una Europa barata, donde imperaba la autarquía económica y no se habían difundido las prácticas mercantiles entonces en boga en otros lugares.
Escenas del trabajo en el campo europeo en el siglo XIV.

La vida urbana en esta región no era muy significativa y carecía del dinamismo propio de las grandes ciudades de Italia o del mar del Norte. Por ende, estamos hablando de una Europa que no se proyectaba y no contaba con las motivaciones, los recursos ni los medios para pensar siquiera en una eventual expansión. En general, los europeos del Este asistirían pasivamente al proceso expansivo, encabezado por la Europa mediterránea, y permanecieron al margen de los adelantos científicos que allíse estaban empleando desde el siglo XIII.

Europa diversa

Tres Europas
En la Europa de los siglos XIV y XV coexistían tres realidades muy diversas, que condicionaban la vida diaria de sus habitantes. En efecto, en el transcurso del largo medioevo se conformaron una serie de espacios geográficos y humanos que presentaban características económicas, culturales y sociales muy diferentes. Así, por ejemplo, contrastaba el auge urbano de la Italia peninsular con la miseria del campesinado servil de Polonia o con la rígida sociedad feudal del norte de Francia. Para comprender el proceso de expansión que se inicia en esta época, hay que tener presente estas realidades, pues no fue todo el continente europeo el que emprendió la aventura de incursionar más allá de sus fronteras.

Puerto de la ciudad de Nápoles en el siglo XVI.


De acuerdo con los trabajos desarrollados por los más prestigiados historiadores del mundo moderno en estas últimas décadas, hacia los siglos XIV y XV se podían visualizar tres Europas: la Europa barata o del Este; la Europa media o del Norte; y la Europa cara o mediterránea. Si bien había relaciones entre ellas, especialmente entre la cara y la media, las tres Europas constituían universos muy diferenciados.

Contracción y expansión

Contracción y Expansión

La trilogía mortal, hambre-peste-guerra, condujo al europeo a una situación límite. ¿Qué hacer entonces?, se preguntaban los sobrevivientes. Tal como sugiere el historiador Pierre Chaunu, se planteó la necesidad de "huir hacia adelante", abandonar las malolientes ciudades y los arruinados campos y buscar fortuna en las fuentes de la riqueza que estaban en África y Asia. Para poder adueñarse del comercio de esclavos, oro y sal se requería perfeccionar los medios técnicos y emprender la exploración de las costas atlánticas. A estas motivaciones de tipo económico se sumarían otras de índole psicológica, relacionadas con las dificultades materiales propias de la Europa de estos años. Así, el proceso de expansión europea recibió también su impulso con la contracción del siglo XIV.

Las guerras

Las guerras

Al fantasma del hambre y las enfermedades se sumaron las guerras, que igualmente incidieron en la contracción europea del siglo XIV. El conflicto bélico más grave fue la llamada Guerra de los Cien Años, que involucró a Francia e Inglaterra a partir de la década de 1330. Las campañas se desarrollaron en territorio francés, cuyas principales víctimas fueron los campesinos, que tuvieron que contemplar cómo sus escuálidas cosechas eran arrasadas por los ejércitos y las villas eran saqueadas por hordas de combatientes hambrientos.
Batalla de Poitiers, durante la Guerra de los Cien Años, donde resultaron vencedores los ingleses.

La Guerra de los Cien Años consumió cuantiosos recursos, porque traspasó el ámbito de las luchas entre señores feudales que habían caracterizado los siglos precedentes. Ahora fueron las Coronas de nacientes Estados monárquico-territoriales, las que disputaron con grandes ejércitos y sofisticado armamento (artillería a base de pólvora) un territorio. Había que causar el mayor daño posible al enemigo y eso se tradujo en una destrucción hasta entonces inaudita.

Las pestes

Las pestes

Una población con hambre y expuesta a inviernos más rigurosos fue presa fácil de las enfermedades epidémicas, como la tos ferina, el tifus, la varicela, la disentería, la neumonía y, sobre todo, la peste negra. La medicina aún estaba en pañales y los hospitales eran lugares que principalmente servían para aliviar las dolencias mediante pócimas y ungüentos. Los médicos, limitados por los escasos conocimientos, fueron impotentes ante estos brotes epidémicos y prescribían medidas tales como abstenerse del baño, no cocinar con agua de lluvia o evitar el contacto sexual. A menudo se practicaban sangrías, lo cual debilitaba todavía más al enfermo y, muchas veces, precipitaba su muerte.
La sociedad europea del siglo XIV sufrió los embates de las enfermedades.

La mayor calamidad pública fue la denominada "muerte negra" que asoló a toda Europa entre 1347 y 1351. La peste negra o bubónica, proveniente del Oriente, se traspasó por la rata negra, inexistente en el Viejo Mundo. Ésta abordó las bodegas de las galeras venecianas que realizaban el tráfico comercial con Asia Menor y Egipto, portando el letal bacilo. En 1347, estas ratas infectadas descendieron en los puertos italianos. Luego, la pulga de la rata transmitió la enfermedad al picar a hombres y mujeres. La peste se manifestó por vía intestinal, linfática y pulmonar, causando la muerte en tres o cuatro días en medio de atroces dolores. El contagio fue muy rápido, pues sólo bastaba respirar cerca de algún enfermo para contraer la peste. Ello explica que las ciudades, que en el mejor de los casos tenían entre 40.000 y 100.000 de habitantes, fueran las zonas más afectadas por la mortandad, tal como se puede apreciar en las siguientes cifras:
Mortalidad en algunas ciudades
- Venecia: 50% de la población
- Florencia: 50% de la población
- Nápoles: 60.000 personas
- París: 50.000 personas
- Estrasburgo: 16.000 personas
- Marsella: 50.000 personas (en solo un mes)
- Avignon: 60.000 personas
- Londres: 15.000 personas
- Bristol: 35% de la población
- Basilea: 14.000 personas
- Maguncia: 6.000 personas
- Münster: 11.000 personas
- Hamburgo: 55% de la población
- Magdeburgo: 50% de la población

Balance final: en pocos años Europa perdió una cantidad cercana a los 30 millones de habitantes por causa de las enfermedades, o sea, más de un tercio de su población. La recuperación demográfica tardaría siglos, de modo que recién a fines del siglo XVI Europa volvió a contar con un número de habitantes similar al de comienzos del siglo XIV.
Representación de la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, causando la muerte de millones de personas.

El hambre

El hambre

Durante el siglo XIII, la agricultura europea elevó considerablemente sus rendimientos. Las tierras se empezaron a cultivar en base a la rotación trienal; vale decir, dos años de producción frente a uno de barbecho, lo cual aseguró una mayor cantidad de alimento. Ello significó disponer de cereales de invierno (trigo candeal o centeno) y, tras un reposo que duraba más de seis meses, cereales de primavera (avena o cebada). Estos cereales, combinados con la carne de vacuno y de cerdo, constituían la base alimenticia de la población europea de aquella época.
Pobreza, rudeza y tosquedad de la vida del campesino europeo.

El entusiasmo y la bonanza de estos tiempos se desplomaron a partir de 1320. Desde entonces, y durante unas cuatro décadas, la temperatura promedio bajó en aproximadamente 1,5 grados Celsius y se arruinaron las cosechas en toda Europa. Inviernos largos y lluviosos, sumados a veranos más cortos, impidieron la maduración de los granos de trigo, cebada o centeno y el fantasma del hambre se hizo presente en la sociedad.
La danza macabra de la muerte, durante el siglo XIV.

El campesinado se vió sometido a largas hambrunas, impedido de poder adquirir alimentos importados desde Oriente a mayor precio. Por lo tanto, las zonas más golpeadas por el hambre fueron aquellas más alejadas de los centros comerciales ubicados principalmente en la Europa cara. El hambre elevó sobre todo la mortalidad infantil y debilitó a una población cada vez más expuesta a las enfermedades.
Otra consecuencia fueron los numerosos alzamientos campesinos contra los señores feudales, quienes seguían cobrándo los mismos impuestos a pesar de la mala situación alimenticia.

Expansión Europea

Caracterización general de la contracción europea

Entre los siglos XI y XIII, gran parte de Europa había experimentado un vertiginoso crecimiento, tanto demográfico como económico. Alrededor de 80 millones de habitantes, en ese momento el mayor número de población en la historia de este continente, no padecían mayores problemas de alimentación gracias a una eficiente agricultura que se había beneficiado con nuevos cultivos (cebada, centeno), innovaciones técnicas para trabajar la tierra (arado metálico, malla) y la sustitución del buey por el caballo que permitió agilizar la roturación de los campos.
La agricultura y la artesanía fueron elementos importantes para el desarrollo de la sociedad europea del siglo XIII.


A estas mejoras hay que agregar el creciente poderío económico de las ciudades italianas, que monopolizaron el comercio con Oriente y permitieron a los europeos acceder a mercancías como las especias (pimienta, clavo de olor, canela, etc.), cobre, oro y seda. Predominaba el optimismo y era previsible una expansión hacia lugares cuya existencia recién se estaba conociendo.

La Batalla de Azincourt, librada el 25 de octubre de 1415, durante la Guerra de los Cien Años, donde los franceses fueron derrotados por los ingleses de Enrique V.

Sin embargo, durante el siglo XIV, los jinetes del Apocalipsis parecían apoderarse de la vieja Europa. Malas cosechas privaron del pan de cada día a millones de personas; crueles enfermedades arrasaron con poblados y ciudades enteras; interminables guerras intestinas consumieron a generaciones de hombres jóvenes y al mundo campesino.
Era la contracción europea, que interrumpió las comunicaciones y los intercambios que se venían realizando desde hace varios siglos con regiones extraeuropeas, como el Oriente Medio, China o el norte de África. La contracción postergó toda posible aventura más allá de las fronteras del Viejo Mundo y sus efectos marcaron profundamente a la Europa de la expansión.

jueves, 24 de mayo de 2007

conociendo la historia


Espero que juntos aprendamos más de historia